UN WHATSAPP PARA DAR LAS GRACIAS, José Miguel
Ya era madrugada cuando entró en mi móvil un mensaje de WhastsApp que me despertó. Era alguien de Haití. Estos días hay tensión para conseguir sacar el contenedor del puerto y creí que se trataría de eso. Al principio no identificaba a quien intentaba comunicarse: Lawrence Osil. Había conocido la Asociación Acoger y Compartir en los años que realizamos los proyectos en la escuela rural llevada por los Redentoristas en Hinche.
En aquellos años Osil era un adolescente con problemas para seguir con sus estudios. No fue el único. Algunos padres pidieron ayudas para que sus hijos no dejasen a medias sus estudios de formación profesional agraria.
Con un pequeño grupo, en el que estaba Osil, se llegó a un acuerdo para que se comprometiesen a limpiar los campos de la escuela y así justificar su beca junto con los resultados válidos de sus estudios. Y de ese grupo, la otra noche, Osil tenía interés en decirme gracias. Y os las transmito porque sé que no me corresponden totalmente.
Como estamos viviendo este tiempo duro y la conversación fue una positiva sorpresa, logró emocionarme ya que nada de lo hecho en Haití ha sido esperando ningún reconocimiento. Pero Osil dio en la fibra, porque los proyectos terminaron. La escuela, pasados algunos años, se transfirió a otra congregación y la vida fue sobreponiendo papeles y proyectos. Cierto que el corazón está lleno de rostros y de historias, de cuestiones feas pero también de mucho amor. Hicimos lo que había que hacer. Y lo seguimos realizando.
Pero en todos los años de colaboración con Haití nunca me había ocurrido algo tan especial, tan personalizado. Lo cierto es que de manera casi rutinaria y adormilado avanzamos en la comunicación. Hasta que empezó a decir: “Quiero agradecer todo lo que habéis hecho por mi. Ahora he montado un negocio para ganar algo de dinero y hacer con mis hermanos pequeños lo que hicisteis conmigo. Les estoy pagando la escuela y ayudo a mi madre. Estoy animando a otros jóvenes a ser emprendedores, a no dejarnos llevar por la triste situación de nuestro país”.
En aquellos años Osil era un adolescente con problemas para seguir con sus estudios. No fue el único. Algunos padres pidieron ayudas para que sus hijos no dejasen a medias sus estudios de formación profesional agraria.
Con un pequeño grupo, en el que estaba Osil, se llegó a un acuerdo para que se comprometiesen a limpiar los campos de la escuela y así justificar su beca junto con los resultados válidos de sus estudios. Y de ese grupo, la otra noche, Osil tenía interés en decirme gracias. Y os las transmito porque sé que no me corresponden totalmente.
Como estamos viviendo este tiempo duro y la conversación fue una positiva sorpresa, logró emocionarme ya que nada de lo hecho en Haití ha sido esperando ningún reconocimiento. Pero Osil dio en la fibra, porque los proyectos terminaron. La escuela, pasados algunos años, se transfirió a otra congregación y la vida fue sobreponiendo papeles y proyectos. Cierto que el corazón está lleno de rostros y de historias, de cuestiones feas pero también de mucho amor. Hicimos lo que había que hacer. Y lo seguimos realizando.
Pero en todos los años de colaboración con Haití nunca me había ocurrido algo tan especial, tan personalizado. Lo cierto es que de manera casi rutinaria y adormilado avanzamos en la comunicación. Hasta que empezó a decir: “Quiero agradecer todo lo que habéis hecho por mi. Ahora he montado un negocio para ganar algo de dinero y hacer con mis hermanos pequeños lo que hicisteis conmigo. Les estoy pagando la escuela y ayudo a mi madre. Estoy animando a otros jóvenes a ser emprendedores, a no dejarnos llevar por la triste situación de nuestro país”.
