Brota la indignación pero también una plegaria. Nuestra admiración al pueblo valenciano que nos muestra su fuerza interior. Asombro ante las caravanas de jóvenes voluntarios capaces de una solidaridad y valor del que ha carecido “la clase política”. Vergüenza, mucha vergüenza, ante el intento de sobreponer un relato que no contempla el sufrimiento de los sencillos. Una súplica: ¡Danos, Señor, un corazón que escuche!. Multiplica las manos y los pies con los sentimientos más humanos y la colaboración generosa.